miércoles, 12 de mayo de 2010

El cine y la manipulación de las emociones

En artículos anteriores hemos visto algunos ejemplos relevantes de cómo una película cambia pautas de comportamiento, de consumo o de percepción de la realidad. También hemos ahondado en las razones de esa influencia. Hoy quiero referirme a otro aspecto de esta discusión: el Séptimo Arte como educador -o manipulador- de los sentimientos.

El punto de partida es que el cine es hoy —lo ha sido casi desde su nacimiento— el medio de educación emocional más poderoso para jóvenes y adolescentes. Más importante que toda la educación formal o reglada (en colegios, institutos, centros de formación, etc.) , resulta hoy la educación informal que conforman indirectamente los medios de comunicación. Y, en esta sociedad audiovisual en la que vivimos (en la que la imagen lo es todo), el cine actúa como referente de todas las otras manifestaciones culturales: teleseries, videojuegos, novelas, internet. Ahí es donde "vemos" y aprendemos cuál debe ser nuestra respuesta emocional ante cualquier tipo de situaciones.

Es algo que ha sido percibido desde siempre. Ya en 1917, durante la época del cine mudo, el Consejo Nacional de Moral Pública del Reino Unido publicó un informe titulado El cine: situación actual y posibilidades futuras, en el que se decía: “Puede dudarse si somos lo suficientemente conscientes de la fuerza y consistencia con que las salas de exhibición cinematográfica han atrapado a las gentes de este país. Las demás formas recreativas atraen como mucho a una pequeña parte de la comunidad; el magnetismo del cine, en cambio, es universal. En el transcurso de nuestra investigación hemos quedado impresionados por la evidencia, traída ante nuestros ojos, de la profunda influencia que el cine ejerce sobre el punto de vista intelectual y moral de millones de jóvenes”.

Quizás esta afirmación pueda ser juzgada de catastrofista, pero lo cierto es que ha sido proclamada y defendida con periódica insistencia por diversos teóricos del Séptimo Arte. En la actualidad, ese juicio podría resultar aún más justificado por la creciente indiferencia respecto de los valores que se registra en la educación escolar y familiar. Como señalaban Blumer y Hauser hace ya años: “la influencia del cine parece ser proporcional a la debilidad de la familia, la escuela, la Iglesia y el vecindario. Allí donde las instituciones que tradicionalmente han transmitido actitudes sociales y formas de conducta se han quebrado (…), el cine asume una importancia mayor como fuente de ideas y de pautas para la vida”.

Por lo que respecta a la educación reglada, es cierto que, cada vez más, los profesores se limitan a instruir —transmitir conocimientos— y renuncian a educar: transmitir un modelo de vida, unos valores, un ideal de comportamiento. Temen que se les critique de pretender “imponer sus creencias” a los alumnos. Ante esta crisis en la educación y en los valores, el cine adquiere cada vez más protagonismo como instancia educativa de los jóvenes: es el que dice a los jóvenes cómo deben comportarse y actuar, cuáles deben ser las relaciones familiares y de pareja, dónde está el bien y el mal, en qué consisten la felicidad y el fracaso personal.

Un solo ejemplo. Una película como Titanic, que fue vista en los cines por 10’8 millones de espectadores en nuestro país (a los que habría que añadir quienes la vieron en el vídeo, el DVD, los pases por televisión, etc.), ha influido notablemente en la consideración estrictamente sentimental del noviazgo, al margen de todo compromiso. La caracterización del novio de Rose (Kate Winslet), como un hombre iracundo y dominante, y el propio desarrollo de la historia, “justifican” narrativamente la impulsiva ruptura de un compromiso mantenido durante años. A la vez, la emotiva presentación de los personajes, “justifica” que se acuesten la misma noche de conocerse y manifiesten así un “afecto” (más bien un deseo placentero) que es presentado a la audiencia “la más bella historia de amor”. Una sola película ha influido más en el sentido del compromiso, del noviazgo y de las relaciones prematrimoniales que todas las explicaciones recibidas por los jóvenes en las aulas y en la familia durante muchos años.

No debemos minusvalorar la influencia del cine como educador de las emociones, porque las películas proyectan, sobre todo, respuestas afectivas que se presentan como "auténticas" (frente a las emociones falsas, "prescritas" por los mayores), y como el único camino válido para lograr la felicidad. Hace falta una educación crítica que ayude a desmantelar esa "manipulación de las emociones" que vemos en las películas y teleseries. Si sabemos transmitir en casa ese espíritu crítico, habremos dado un paso de gigante en su educación con respecto al ocio audiovisual.

5 comentarios:

  1. Totalmente de acuerdo con su reflexión, se puede apreciar la calidad cinematográfica de ciertos filmes, pero si no se ha adquirido ese espíritu crítico desde la infancia, uno se convierte en presa fácil de los sentimentalismos.

    Antes del cine y la televisión este hecho lo producia cierta literatua, de hecho desde la propia literatura se fue muy crítico. Un caso celeberrimo lo tenemos en El Quijote. Las novelas rosas y románticas tambien hicieron mucho daño en su época.

    Con su gran conocimiento del medio audiovidual me gustaria sugerirle un tema para que reflexione. ¿Cómo les afecta a los componentes del séptimo arte, especialmente a los actores su profesión? es de todos conocidos que la gran mayoria de actores desde los origenes del cine, han padecido muchas inestabilidades emocionales. ¿Puede tener relación el hecho de meterse en la piel de tantos personajes? ¿No les puede producir trastorno, que no sepan diferenciar quienes son ellos realmente y quienes los personajes que interpretan?

    Tengo la sensación de haberme explicado fatal, si no me ha entendido hagamelo saber e intentare explicarme mejor. Un saludo.

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  2. No creo, hombre de Boston, que el interpretar papeles muy diversos y asumir personalidades muy diferentes propicie algún tipo de desequilibrio. Sería como suponer que un profesor, por el hecho de hablar casi todos los días en público, va a sufrir estrés, tensión, etc. Algunos sí, como también algunos actores pueden sufrir alteraciones si se “creen” los papeles que interpretan, pero en uno y otro caso el desequilibrio o la inestabilidad estaban antes en la persona: no es la profesión las que los provoca.

    Otra cosa es que, si no procuran tener los pies en la tierra, la fama y el halago de fans y medios de comunicación pueden seducirles y hacerles creer que son la referencia de todo el mundo. Es cierto que los actores pueden tender a la vanidad, pero conozco a muchos actores muy sensatos, que son conscientes de sus limitaciones y de la vanalidad de la fama.
    Conozco a muchos que son buenos cristianos y a más de uno que lucha seriamente por ser santo y acercar a los demás a la práctica de los sacramentos. Está el caso de Eduardo Verástegui, del que hablé en un artículo anterior (http://jesucristoenelcine.blogspot.com/2010/03/la-conversion-de-eduardo-verastegui.html), y también este testimonio sencillo de Eva Latonda, actriz y madre de 4 hijos (http://www.opusdei.es/art.php?p=36978) que descubrí el otro día y me gustó por su sencillez.

    Espero que esto pueda ayudarte. ¡Ah, y gracias por colaborar asiduamente con el blog! Esta tarea necesita muchos apoyos para salir adelante.

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  3. Gracias por su contestación tan rápida. Quiza la palabra trastorno sea excesiva, y estoy de acuerdo con usted que ese desequilibrio se encuentra ya en la persona y que su profesión sea la que fuere no será la culpable. No me queria referir a ejemplos tan exagerados como el de Johnny Weissmuller, que según cuentan acabo por creerse realmente tarzán, me refiero a cierta forma de interpretar digamoslo hasta el fondo el personaje.

    Me viene a la memoria los inicios de Robert De Niro, dónde en papeles como Taxi driver y especialmente Toro salvaje, se metia tanto fisicamente como psicológicamente en su personaje y mi duda es saber sie stá forma de llevar al extremo meterte en la piel de un personaje una y otra vez no hace mella en la personalidad de uno. A lo mejor es una pregunta más destinada para un psicólogo o psiquiatra.

    En otra faceta, la sentimental, si creo que esa profesión es mucho más proclive a crear una inestabilidad. El hecho de tener que convivir muy cercanamente durante tres o cuatro semanas de rodaje, con una persona con la que tienes que representar estar enamorado, trasmitir esa pasión en la pantalla y encima en el cine de nuestros dias realizar escenas de sexo explicito es una combinación muy peligrosa para tener una relación sentimental estable.

    He escuchado a veces a varios actores hablar del enamoramiento de rodaje que se suele producir con sus parejas en el film y que dura casi lo mismo que dura ese rodaje, y han sido culpables de la ruptura de más de una relación. Un ejemplo lo tenemos en nuestra oscarizada Penelope Cruz que tiene casi siempre una relación sentimental breve con sus compañeros de rodaje. Un saludo.

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  4. Alberto Pérez13 mayo, 2010 23:34

    También estoy de acuerdo. Sólo me gustaría preguntar qué podemos hacer los padres para educar a los profesores para educar a los alumnos en el consumo crítico de películas y teleseries.

    Gracias por el blog.

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  5. Confieso que sigo preplejo ante el sentimentalismo de nuestros tiempos. Todo se subyuga al sentimiento, a la emoción. Y son tan volubles... ¿Cómo puede enfocarse un proyecto personal de vida en un sentimiento? Así nos luce el pelo...

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