domingo, 26 de enero de 2014

Una foto de mi familia, en manos de D. Álvaro

Esta semana se ha hecho público que el 27 de septiembre de 2014 será la Beatificación de D. Álvaro del Portillo, Prelado del Opus Dei. Con ese motivo, he rescatado de la hemeroteca este artículo que publiqué en Diario 16 Málaga al día siguiente de su fallecimiento, el 23 de marzo de 1994. 

Contaba un recuerdo muy personal, a propósito de una fotografía familiar que D. Álvaro tuvo en sus manos. Entonces lo titulé “Historia de una fotografía amarillenta”, y fue citado por el Obispo de Málaga en la Misa funeral que se celebró el día 24 de marzo. Hoy lo publico aquí como homenaje a alguien a quien debo todo lo que soy.

HISTORIA DE UNA FOTOGRAFÍA AMARILLENTA

Supongo que es uno de esos instantes que no se olvidan nunca: un instante mágico que marca toda una vida. Me encontraba en el vestíbulo de una residencia de estudiantes, cercana a la Universidad donde daba clase, cuando le vi aparecer con esa sonrisa tan característica. Vestía pulcramente la sotana –como solía, por deferencia a quienes le visitaban–  y su andar se me antojó paternal y sencillo. Se adelantó para darme un abrazo. Me apretó fuerte, mientras me decía: “¿Qué me cuentas, hijo mío?”. Y después me miró con atención, dispuesto a escuchar todo lo que yo le contase.

No sé bien qué le dije. Sólo sé que yo me encontraba allí, con un hombre al que no había visto nunca, y que me sentía perfectamente comprendido y querido. No lo había visto nunca, pero lo consideraba mi padre porque me quería como un padre.

Recuerdo que se interesó por mi familia. Yo tenía entonces veintitrés o veinticuatro años, y le hablé de mis padres y de mis hermanos. Le enseñé una fotografía que llevaba en la cartera, y me fue preguntando por cada uno con verdadero interés. Irradiaba tal paz a su alrededor, que no se me ocurrió pensar que ese hombre tenía sobre sus hombros cosas mucho más importantes que aquella fotografía amarillenta, medio carcomida por el tiempo y por las anillas de mi agenda, que estaba además descentrada y fuera de foco. Sí, aquel hombre tenía sobre sus espaldas la preocupación de sacar adelante el Opus Dei, de ayudar a la Iglesia en su nueva tarea de evangelización, y de atender las solicitudes de más de setenta mil hijos suyos dispersos por los cinco continentes. Y resulta que yo le entretenía con esa foto deteriorada. Era como para echarme a patadas; por irresponsable, por inconsciente e inoportuno.

Pero él no lo hizo. No hizo el menor gesto de tener prisa. Escuchó con paciencia mis historias y mostró al fin una ancha sonrisa. Luego bendijo la fotografía con mucho cariño y la besó, como si se tratase de su propia familia. Le pregunté entonces, un poco abrumado, qué podía decirle de su parte a uno de mi familia para que conociera y estimase mejor la Obra. Y se echó a reír. Me dijo que no podía pretender que todos admirasen nuestra vocación: ni siquiera que todos la comprendieran, pero que la gran solución era rezar, que así resolvía los problemas el Santo Padre y también el Fundador de la Obra. Como no me quedaba tranquilo del todo, hizo la señal de la cruz sobre el rostro del interesado y añadió: “Dile, de mi parte, que le he hecho la señal de la cruz sobre su frente.

Todavía estuve un rato más con él, mientras le acompañaba hacia el coche que le iba a conducir hasta el palacio episcopal (aún me pregunto, con cierto cargo de conciencia, si mi entusiasmo juvenil no le hizo llegar tarde a su cita con el Obispo). Le dije entonces que estaba dando mis primeros pasos como profesor en la Universidad, y le pedí un consejo para realizar bien mi tarea. Volvió a sonreírme, y me dijo que procurara cultivar la paciencia con los alumnos; la paciencia y también la comprensión. Ellos no siempre reclamarían sus derechos con buen tacto y en el momento más oportuno; pero tenían el derecho a ser escuchados, a que se les prestase atención. Debía disculpar sus explosiones juveniles y descubrir la parte de razón que había en sus reclamaciones.

Esto me lo dijo con su sonrisa de siempre, mientras cerraba la portezuela del coche. Y sólo entonces me di cuenta de lo inoportuno que había sido, y de la paciencia que había tenido conmigo. También me di cuenta del bien que me habían hecho sus palabras. Aún hoy, no las he olvidado, y sus consejos han iluminado mi tarea docente mucho más que todas mis clases e investigaciones: procuro atender a mis alumnos como él hizo conmigo.

Guardé la fotografía amarillenta –que aún hoy la conservo, porque estuvo en las manos de un santo- y pensé en el Padre. Antes de conocerle, yo sabía que era un hombre de Dios. Ahora sabía, además, que era un padre realmente maravilloso.

(Alfonso Méndiz)

domingo, 19 de enero de 2014

"¿Dónde está el buen Dios?" (Relato de un Premio Nobel)

Élie Wiesel, nacido en Rumanía en 1928, es un escritor que sobrevivió a los campos de concentración nazis. Ha dedicado su vida y sus escritos a luchar contra la guerra, la violencia y el racismo. En 1986 fue galardonado con el Premio Nobel de la Paz. 

Su obra más famosa es La noche, novela autobiográfica sobre su experiencia como adolescente en los campos de concentración de Auschwitz, Buna y Buchenwald. De ahí extraigo este conmovedor relato, que se adentra en los grandes misterios que han inquietado al hombre de todos los tiempos: el misterio de la maldad humana y el del sufrimiento de los inocentes.

"Los SS parecían más preocupados, más inquietos que de costumbre. Colgar a un niño delante de miles de espectadores no era un asunto sin importancia. El jefe del campo leyó el veredicto.

Todas las miradas estaban puestas sobre el muchacho. Estaba lívido, casi tranquilo, mordisqueándose los labios. La sombra de la horca le recubría.

El jefe del campo se negó en esta ocasión a hacer de verdugo. Le sustituyeron tres SS. Los tres condenados subieron a la vez a sus sillas. Los tres cuellos fueron introducidos al mismo tiempo en los nudos corredizos.

- ¡Viva la libertad! -gritaron los dos adultos. El pequeño se calló.

- ¿Dónde está el buen Dios, dónde? -preguntó alguien detrás de mí.

A una señal del jefe del campo, las tres sillas cayeron. Un silencio absoluto descendió sobre todo el campo. El sol se ponía en el horizonte.

- ¡Descubríos! -rugió el jefe del campo. Su voz sonó ronca. Nosotros llorábamos.

Después comenzó el desfile. Los dos adultos habían dejado de vivir. Su lengua pendía, hinchada, azulada. Pero la tercera cuerda no estaba inmóvil; de tan ligero que era, el niño seguía vivo...

Permaneció así más de media hora, luchando entre la vida y la muerte, agonizando bajo nuestra mirada. Y tuvimos que mirarle a la cara. Cuando pasé frente a él seguía todavía vivo. Su mirada no se había extinguido. Escuché al mismo hombre detrás de mí:

- ¿Dónde está Dios?

Y en mi interior escuche una voz que respondía: "¿Dónde? Pues aquí, aquí colgado, en esta horca..."

domingo, 12 de enero de 2014

Opta a los Goya un filme animado sobre los derechos del niño

(Juan Jesús de Cózar).- El 20 de noviembre de 2014 se celebrará el 25º aniversario del Año Internacional del Niño. Con la vista puesta en este evento, Maite Ruiz de Austri ha dirigido “El extraordinario viaje de Lucius Dumb”, película de animación sobre los derechos de los niños.

Estrenada el pasado 5 de diciembre, la película tiene un largo camino por delante, porque la productora, Extra Producciones, ha diseñado un programa de pases en colegios y en teatros de ayuntamientos de nuestro país. Además de su evidente fin educativo, pretenden facilitar el acceso al film de miles de niños y niñas.

Es imposible resumir aquí el amplio currículum de Maite Ruiz de Austri, escritora, guionista y directora de cine y televisión, especializada en programas para niños y jóvenes. De momento, es la única directora  que ha ganado de dos premios Goya a la mejor película de largometrajes de animación, por “El regreso del Viento del Norte” (1995) y por “¡Qué vecinos tan animales!” (1999). Además de otros premios, ha obtenido dos medallas de Oro y una de Platino en The Houston International Film Festival, y medallas de Plata y Bronce en The New York TV Festival. Sus producciones han sido vendidas a cientos de países, traducidas a 14 idiomas y vistas por millones de niños y jóvenes.

Aquí puedes ver el tráiler del film, que no puede competir en presupuesto con las grandes producciones animadas, pero que cuenta con un diseño original y variado. Ciertamente, la película –más bien un cuento animado– está orientada a niños y niñas de entre 6 y 9 años, y pensada para su utilización educativa y dosificada en el aula por parte de los profesores de Primaria. A ellos les recomiendo especialmente que visiten la web: http://www.elextraordinarioviajedeluciusdumb.com/ .

El extraordinario viaje de Lucius Dumb” cuenta con el apoyo de la ONG Músicos sin Fronteras, que hace 10 años impulsó la campaña Los derechos humanos, tu mejor instrumento. A cambio, la productora destinará del 1% de la taquilla a ayudar a niñas prostituidas y enfermas de Sida en Tailandia, a través de la Fundación Baan Marina.

El guión ha sido elaborado a partir de 9 relatos –uno por cada derecho–,  escritos por experimentados escritores de cuentos. La editorial Edelvives ha publicado un libro muy bien ilustrado que recoge los 9 cuentos, una introducción y un epílogo.

La guinda del film, que ha sido preseleccionado para los premios Goya, es la magnífica canción que incluye, compuesta por el pacense Pedro Calero y que puedes escuchar y ver aquí. Ciertamente, es un proyecto que merece la pena conocer, difundir y promocionar en los colegios.

domingo, 5 de enero de 2014

El recuerdo de Belén en la vida de la Virgen (Navidad en el cine 15)

La Virgen guardaba todas estas cosas meditándolas en su corazón” (Lc 2, 19). Todos los sucesos de la infancia de Jesús fueron, para su Madre, tema constante de meditación. Y el de Belén, más que ningún otro. Ésta es la idea que han querido reflejar dos filmes de muy variada orientación: mostrar al espectador hasta qué punto estuvo presente el recuerdo de Belén en la memoria de María.

En “El hombre que hacía milagros” (1999), el relato arranca cuando Jesús adulto, al regreso de un día de trabajo, comunica a su Madre que va a comenzar la obra que le encargó su Padre. Sin poder evitarlo, María recuerda dos escenas de la infancia de su Hijo en que esas mismas palabras sonaron en sus oídos. La primera es cuando se perdió en el Templo y le buscaron durante tres días. “¿Por qué me buscabais? –responde Jesús- ¿No sabíais que debo dedicarme a las obras de mi Padre?”. La segunda es la escena de Belén y la llegada de los Magos, que señalaba inequívocamente unos planes de Dios que el Niño venía a cumplir. Ahora, cuando está a punto de iniciar su vida pública, María recuerda todas esas cosas que guardaba en su corazón.




Un recuerdo similar de lo acontecido en Belén es lo que vemos en la miniserie Jesús (1999). El Señor ha regresado de los 40 días en el desierto y la Virgen se apresta a cuidarle para que se reponga. Después de tres días durmiendo, Jesús despierta y refiere a su Madre el sueño que ha tenido, en el que aparecía José. Ese recuerdo conmueve a María. Ella se dirige entonces a la ventana y ve a dos jóvenes –Juan y Andrés- que le aguardan fuera. “¿Qué quieren?”, pregunta. Y Jesús responde: “Ser mis seguidores. ¡Ja! Puede que no esté preparado, Madre”. Ante esta respuesta de tono irónico, María saca un pequeño cofre que tenía bien guardado: allí están, cubiertos con un paño, los regalos que trajeron los Magos. Recuerda a Jesús su llegada a Belén para adorarle, y comenta (evidenciando que ha meditado muchas veces esa escena): “Aquellos hombres no hubieran hecho un largo viaje siguiendo a aquella estrella si la Voluntad de Dios no les hubiera guiado”.


viernes, 3 de enero de 2014

El aviso en sueños a José y la matanza de los Inocentes (Navidad en el cine 14)


El período de la Navidad termina con dos acontecimientos simultáneos: la matanza de los inocentes y, justo antes, el aviso en sueños a José.

Del aviso en sueño hay dos películas que han hecho una puesta en escena muy semejante: El Evangelio según San Mateo (1964) y María de Nazaret (1995). La segunda, inspirada claramente en el filme de Pasolini, añade su peculiar estilo simbólico: el recurso a una luz intensa para sugerir la presencia de lo sobrenatural. La cámara enfoca primero a la Virgen con el Niño, se desplaza luego hasta José, y entonces sucede el anuncio en sueños. Lo más llamativo de esta breve escena es la dulzura de la Virgen y su completa docilidad a lo que decide José.



Una composición escénica parecida es la que antes había diseñado Pasolini en el filme de los sesenta. La cámara muestra primero a la Virgen y el Niño, se recrea en Él, y sólo después pasa a José. Aquí el Ángel sí aparece: con esa imagen adolescente que vimos en el aviso inicial del Ángel, y con la autoridad firme de un ser celestial: “Coge al Niño y a su Madre y huye a Egipto”. La partida apresurada de Belén se llena de nostalgia: por una parte, por la música que oímos de fondo (los coros de “La pasión según san Mateo”, de Bach, que cantan solemnes: “Caemos de rodillas, llorando”); por otra, por esa mirada conmovida de María, que recorre con melancolía los lugares de Belén que habitó su Hijo. Sabe que es la última vez que los contempla. Y este sentimiento de añoranza llena esta última parte de la secuencia fílmica.



En Jesús de Nazaret (1977), por contraste, la secuencia se centra en la decisión arbitraria de Herodes y la locura que entonces le consumía: “Ahora, id a Belén y ¡haced historia! ¡¡Matad!! ¡Matad a todos!”. A continuación, unos segundos de suspense –de fondo oímos el rumor de los caballos a galope- nos hace presagiar la inminencia de la tragedia. Llega, inhumana y ciega, la matanza por parte de los soldados; quizás por esa actitud, el director nos oculta su rostro. Y sí vemos, en cambio, los rostros muertos de niños y madres en las callejuelas de Belén. La cámara se mueve, agitada, en aquella terrible desolación. Oímos gritos, carreras, tumultos. Y el asesinato en contraluz, mostrado sólo en sombra, acabará por ser la imagen más dramática. En boca de uno de los ancianos, Zeffirelli coloca el comentario final de S. Mateo: “Así se cumplió lo dicho por el profeta Jeremías: ‘En Ramá so oyó una voz, llanto y lamento grande. Es Raquel que ll ora por sus hijos, y no quiere consuelo porque ya no existen’”.



En La Natividad (2006), la escena arranca con la cena de Herodes en la que decide la matanza. Junto al tirano vemos a su hijo Herodes Antipas, que treinta años después tomará la mujer de su hermano, Herodías, encerrará y decapitará a S. Juan Bautista, y gobernará Judea durante toda la vida pública del Señor. Ambos traman la masacre, que vamos a ver en dos escenas paralelas: los soldados matando en plena noche, y José despertando por el aviso del Ángel. Toda la secuencia evoca la profecía del Mesías esperado. Uno de los soldados penetra en una casucha y recorre con la antorcha el lugar: es el establo donde habitó la Sagrada Familia, y cada uno de los rincones se llena para el espectador de un indudable encanto. Cuando la antorcha se detiene sobre la cuna del Niño, el momento suena a despedida y a victoria, a nostalgia y a salvación. La sabiduría de Dios Niño ha vencido la astucia y el odio de los soldados de Herodes.

jueves, 2 de enero de 2014

¿Cuándo llegaron los Magos a Belén? (La Navidad en el cine 13)



Las representaciones populares de la Navidad han tendido a unir, en la misma noche del Nacimiento, la adoración de los pastores al Niño y la llegada de los Magos al portal. Esto ha surgido, sobre todo, por una necesidad “escénica”: una pintura o una representación de esa escena resulta mucho más rica y polifónica si unifica en una sola imagen a todos los personajes implicados; así aparece como más grandiosa. Pero los teólogos suponen que ambos hechos estuvieron separados en el tiempo. Desde que avistaron la estrella, prepararon el viaje y llegaron a Jerusalén desde el lejano Oriente, debió pasar casi un año. Eso mismo parece sugerir la decisión de Herodes: “se informó por ellos del tiempo en que había aparecido la estrella” (Mt 2, 7) y, teniendo eso a la vista, manda degollar no a los recién nacidos, sino a todos los varones menores de dos años: debieron decirle que la estrella apareció un año antes.

En las tres escenas que vimos ayer, la llegada de los pastores se muestra casi simultánea a la llegada de los Magos. Y algo similar sucede en Ben Hur. Aquí la escena arranca desde el portal. Los pastores, que han llegado unos minutos antes, se vuelven al oír unas pisadas y aparecen de espaldas los Magos. Entran en el establo y, con ellos, entra también la cámara. Se detienen un instante, se arrodillan y depositan sus presentes. Aún no hemos visto al Niño. El director ha buscado el efecto sorpresa, y retrasa lo más posible el mostrarnos la sublime escena. En el mismo plano –no se ha interrumpido desde el principio- la cámara avanza y vemos al fin a Jesús, María y José. Tres grupos están perfectamente distribuidos en el espacio escénico, como en tres anillos concéntricos: los pastores, los Magos y la Sagrada Familia. Una escena sin palabras, que termina con un toque bocólico: un ternero acude dando saltos hasta su madre, subrayando así el símbolo fundamental de la maternidad.



También en La Natividad se hace coincidir la llegada de pastores y Magos. Aquí el juego de luces es intenso. Primero vemos a los Magos acercándose a contraluz. Luego aparece el establo iluminado por un haz luminoso que señala el lugar donde está Jesús (Mt 2, 9). Y, finalmente, se produce el encuentro de todos los personajes en la Luz (aunque el mundo está a oscuras). Por eso Gaspar exclama: “¡El más grande los Reyes… nacido en el lugar más humilde!”. Los Magos se miran, y uno de ellos añade: “Dios… hecho carne”.

En Jesús de Nazaret, a diferencia de los anteriores, la llegada de los Magos se produce meses después. José y María regresan con el Niño de la purificación en el templo y se sorprenden al ver unos pajes bien vestidos en la puerta de su casa. Ni es de noche ni están ahí los pastores: la imagen es completamente inédita. Además, tampoco se cobijan en una gruta: a José le ha dado tiempo a construir una casa de madera. Y allí se produce el encuentro con los Magos: “No temáis. ¿Dónde está el Niño? Venimos de muy lejos para adorarle”. Se produce entonces un triple juego de miradas: de José y María a los Reyes, de éstos a Jesús, y de éste a la cámara (en esa mirada, el espectador se siente interpelado). Viene entonces la declaración de Baltasar, muy en línea con la escena anterior de La Natividad: “Al venir a aquí, a un establo, creí que nos equivocábamos; pero ahora veo que es muy justo”. Para hacer más explícito el mensaje, Gaspar añade: “No en la gloria, sino en la humildad.

miércoles, 1 de enero de 2014

Adoración de los Magos al Niño (Navidad en el cine 12)

La Adoración de los Magos es la última gran fiesta de la Navidad, aunque el tiempo litúrgico termina con el Bautismo del Señor. Es una fiesta de capital importancia en el mensaje cristiano. Se le llama Epifanía (del griego “epi”: primera, y “fanía”: aparición) porque es, en efecto, la primera manifestación de la divinidad de Cristo. Sobre todo, es la primera manifestación de la universalidad de la redención: porque Jesús, que es el Mesías esperado y procede de la estirpe de David, no viene a salvar sólo al pueblo judío, sino a todos los hombres. Sin excepción.

En Rey de Reyes (1961), la escena empieza con una evocación del Evangelio de S. Mateo: “Cuando el Hijo de Dios nació en Belén de Judea, tres Magos vinieron de Oriente”. Pero, a continuación añade algunas tradiciones populares: “Se llamaban Melchor, Gaspar y Baltasar. Venían de Persia, Mesopotamia y Etiopía”. En el desarrollo de la escena es importante tanto el juego de la luz (con los Magos recortados en silueta sobre el horizonte) como el tono costumbrista del establo, con diversos animales domésticos ubicados en el portal. El sentido pictórico de la secuencia se refleja en la composición de los grupos (en la puerta los Magos, a la izquierda José y los pastores, al fondo la Virgen con el Niño), y también en el silencio con que se desarrolla todo: ni una sola palabra rompe el recogimiento de este pasaje.




Por otro lado, en La historia más grande jamás contada (1965), la escena se nos muestra rica en contrastes y en el uso simbólico de la luz, como ya dijimos en el primer artículo de esta serie. Los ropajes blancos de los Magos contrastan con el negro oscuro en que transcurre la acción. La única luz de la escena es la que proviene del candil de José, tal como vimos en un artículo anterior.

La puesta en escena juega con los distintos espacios. En el espacio más interior (el establo) están José, María y el Niño; ahí entran los Magos, que ofrecen sus presentes y explican el sentido que cada tienen; esa entrada en el "interior" les autoriza a iniciar un diálogo con la Virgen centrado en el nombre que pondrán al Niño: “Se llamará Jesús”, dice Ella, recordando lo que le había dicho el Ángel en la Anunciación. En el espacio exterior, contemplando la escena, están los pastores (con la luz que proviene del interior). Detrás (apartados de la escena, y situados en lo alto de un cerro: en una posición amenazante), están los soldados de Herodes, que han seguido el rastro de los Magos; aparecen sin luz alguna. El ladrido de un perro pone sobre aviso a los Magos, que deciden reemprender la marcha aunque sólo han estado unos minutos en el portal. José se asoma al ventanuco y "oye" en su interior la advertencia del Ángel que S. Mateo relata como escuchada en sueños: "Toma al Niño, y huid".




La versión de esta escena en María de Nazaret (1995), de Jean Delannoy, es mucho más colorista y vistosa que las anteriores. La luz cálida del portal vence aquí sobre la oscuridad de la noche, y la alegría del momento se refleja en los ropajes de los Magos. En el interior, la puesta en escena realza la majestad de la Virgen: aunque tumbada por el alumbramiento, su rostro refleja paz y serenidad, y su figura ocupa el centro de la imagen: la vemos como Señora, como Madre de Dios, como Reina de cielos y Tierra. También aquí los Magos explican el sentido de sus regalos, con un tono más poético y una sensibilidad más cercana a la nuestra: todo se parece mucho a las representaciones de nuestros belenes. Al final, un narrador recoge con bastante fidelidad la narración de S. Mateo: "Y, tras ser prevenidos en un sueño de no volver a Herodes, regresaron a sus propios países por otro camino".